Enviado por admin el Mié, 29/07/2015 - 10:42
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Angela Piedad Caro Borrero

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Angela nació en Florencia Caquetá, Colombia. Inició sus estudios de Biología en la Universidad de los Andes en Bogotá. Debido a un cambio de residencia en 2006 volvió a cursar la carrera en La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en un tiempo de tres años. En 2009 inició estudios de maestría en Ciencias del Mar y Limnología, en la misma casa de estudios siendo becaria del Consejo Nacional en Ciencia y Tecnología (CONACYT). Durante este tiempo realizo una estancia de investigación en el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental (ICTA) en Barcelona, España. Se gradúo con mención honorífica y recibió la máxima distinción de la UNAM a los alumnos de maestría. La medalla Alfonso Caso, por su desempeño académico. Actualmente es candidata a doctor en el Programa de Ciencias del Mar y Limnología, ha sido becaria para participar en dos estancias en la Universidad de Stanford (EUA) y la Michigan State University (EUA). Su línea de investigación actual esta vinculada con la evaluación de la calidad ecológica y la provisión histórica de servicios ecosistémicos hídricos. Con una sólida formación académica en el estudio de ríos urbanos y el manejo de cuencas, desde una perspectiva interdisciplinaria que incluye aspectos biológicos, sociales y económicos. Logros académicos relacionados con la propuesta del pago de servicios ecosistémicos hídricos y la aplicación de políticas públicas encaminadas a la conservación de ambientes acuáticos. Los resultados de estas investigaciones se han publicado en artículos de revistas internacionales, capítulos de libro y divulgado en congresos internacionales.

Vivir en medio del desarrollo de las grandes urbes e intentar no ser indiferente a la belleza de la naturaleza, y no dejar de sorprendernos con los pequeños fenómenos que ocurren a diario sin que nos demos cuenta; y sin embargo, que sostienen la vida, es a veces un poco difícil. En un mundo donde la tecnología incluso rebasa nuestra propia capacidad de imaginar, encontrar espacios verdes, aún conservados y con los que podamos conectar esa parte de nosotros que se relaciona con los ecosistemas, que hace evidente que somos parte y no estamos aparte, es hoy más que nunca un desafío para los habitantes citadinos. 

Soy estudiante de doctorado en ciencias del Mar y Limnología (esta última se refiere al estudio de aguas interiores o continentales), viviendo en la segunda ciudad más grande del mundo, la Ciudad de México. Creo que una de las cosas que más me a impactado es haber encontrado en medio del crecimiento urbano desmedido, poco más de la mitad del territorio, como un lugar boscoso y aparentemente bien conservado, y más aún con ríos. Entonces, en este afán de reconectar el conocimiento científico con la ciudad, con los habitantes de la misma y de la población en general, me preguntaba que sería lo que yo podría hacer desde mi laboratorio que logrará cambiar un poco la vida de las personas, aquello que me hiciera sentir que en alguna medida la ciencia, mi investigación, podría impactar directamente en las personas y su relación compleja con los ecosistemas. 

Los ecosistemas urbanos, o como es el caso de las zonas boscosas de la Ciudad de México, peri-urbanos, porque se encuentran colindando con la ciudad, y una línea prácticamente invisible es la que intenta detener el crecimiento de la mancha urbana; son altamente importantes para mantener el bienestar de la población socio-económicamente activa. Aún cunado son tan importantes, basta dar un vistazo a las grandes urbes para saber que durante muchos años el desarrollo y la planeación de las ciudades no se percato de esta interconexión que parece tan frágil. Básicamente, porque hemos modificado como especie humana, casi todo lo que tenemos a nuestro alrededor, y aún así hoy en día podemos disfrutar de los ecosistemas que se resisten a perderse en medio de la sustitución tecnológica. 

Hoy cuando es casi imposible encontrar ecosistemas prístinos, la labor de muchos investigadores como yo, es hacer evidente lo que siempre ha estado presente. Son los ecosistemas los que generan el bienestar y sostienen las poblaciones humanas. No somos espectadores que reciben beneficios de la Tierra, somos parte de muchos de los procesos ecosistémicos y a su vez somos grandes agentes modificadores de las funciones de los mismos, que en términos coloquiales se traducen en beneficios, o en Servicios Ecosistémicos (SE). 

 

 No somos espectadores que reciben beneficios de la Tierra, somos parte de muchos de los procesos ecosistémicos y a su vez somos grandes agentes modificadores de las funciones de los mismos 

 

Parte de mi investigación y de mi acercamiento al entendimiento de los ecosistemas acuáticos urbanos, partía de la aproximación científica, es decir, haciendo uso del método científico. Me preguntaba ¿cómo respondían los ecosistemas urbanos a cambios de uso de suelo? y ¿qué factores antropogénicos modificaban y en qué medida los atributos del ecosistema? Parte de los resultados que he obtenido se traducen en que estos pequeños parches de áreas verdes se resisten fuertemente a desaparecer, son altamente resilentes.

Los ecosistemas urbanos han experimentado los cambios derivados de la implementación de políticas públicas sin fundamento, y diversos usos in situ poco regulados, han dejado un impacto que se traduce en pérdida de SE, es decir, beneficios para la propia ciudad. Examinando con precaución, encontré que aunque como es el caso de la Ciudad de México, la sinergia entre la voluntad política y la investigación académica se han conjuntado con el fin de rescatar los ríos urbanos. En este caso, se trataba de un esfuerzo por poner un alto a la política de entubamiento de decenas de ríos que un día dieron vida a la antigua Tenochtitlan, fundada sobre lo que antaño fue un sistema lacustre alimentado por ríos, y que poco a poco fue tomando forma de ciudad. Con mucho esfuerzo se le gano terreno al lago, fue drenado y por más de 100 años se ha luchado incansablemente por drenar la cuenca, por evitar las inundaciones, por cambiar el rumbo natural de las aguas. Hoy viendo la situación en retrospectiva, la lucha incansable se transforma, a toda costa y pese a esta cultura de entubamiento se intenta evitar que los últimos escurrimientos naturales de agua desaparezcan. 

Entonces, ¿qué pasó? Sí esta sinergia existe, y en apariencia estamos conscientes de que la ciudades no pueden crecer dando la espalda a sus ecosistemas, ¿por qué continúa su degradación? Es aquí donde intervenimos todos, desde el punto de vista académico he hecho conciencia de la importancia de incluir a la sociedad en los procesos de recuperación de los ecosistemas urbanos. Así, la ciencia se vuelve interdisciplinaria y más aún una tarea transdicisplinaria. Es aquí donde resalta la importancia de escribir notas como está, porque toma fuerza la necesidad de que independientemente del lugar donde cada uno estamos encontrando nuestro desarrollo profesional y personal, somos y estamos haciendo parte de un ecosistema.  

Ahora mismo, y como parte de un proyecto del Laboratorio de Ecosistemas de Ribera, el Laboratorio en Ciencias de la Sostenibilidad, de Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y El Instituto Dr. José María Luis Mora (dedicado a investigaciones en historia y ciencias sociales), nuestra propuesta se centra en hacer disponible el conocimiento técnico y científico a los pobladores de las partes bajas de las cuencas. Intentamos que cada uno de los ciudadanos se sienta parte de su ecosistema local y por lo tanto responsable y consiente de sus acciones, capaz de registrar cambios asociados al propio impacto humano, a su propia huella. Buscamos que los ciudadanos comprometidos, empoderados con el conocimiento derivado de la investigación y por supuesto, de su propio conocimiento ecológico local, se pregunten ¿qué puedo hacer yo con el bosque que tengo al lado? ¿cómo puedo registrar los cambios del río que me provee agua? Y entonces, ¿puedo ser un ciudadano científico?