Colombiana migrante, refugiada, reconocida en la comunidad por sus platos y por su apoyo a todos los migrantes necesitados.

Creció con 8 hermanos; la menor entre 6 hombres. Cuando tenía 10 años a su padre le quitaron la vida y su madre tuvo que hacerse cargo del hogar, una tarea en la que sus hermanos y ella ayudaron y en la cual creció su alegría, pujanza y perseverancia.

Ella es mamá de cuatro hermosos hijos y actualmente vive con sus dos hijos menores. Sin embargo, el amor tocó su puerta hace un año y medio para presentarse con un anillo. Su esposo espera estar a su lado pronto mientras comparten en la distancia.

Después de haber pasado gran parte de su vida en Colombia, Gleides tuvo que migrar a Ecuador como refugiada.

En Ecuador fue voluntaria para ACNUR-HIAS, el Programa Mundial de Alimentos PMA y la ONU. Como voluntaria, formó un grupo de 25 mujeres para ayudar a los adultos mayores en los ancianatos de la ciudad de Ibarra y desarrolló un recetario para que las personas pudieran sobrevivir con los ingredientes que el programa mundial de alimentos PMA y la ONU les brindaba.

Después de tres años, gracias a su trabajo como voluntaria, llegó la propuesta de emigrar a otro país sin que ella hubiera propiciado la idea, y sin saberlo, desde Nueva Zelanda fue entrevistada. Sólo después de un año, al recibir la noticia, se enteró de que viviría en este país.

Gleides ha pasado 10 años en Nueva Zelanda representando a Colombia con orgullo y con su sazón, que la ha convertido en embajadora de la comida colombiana.

Ella, con sus platos, recuerda el sabor a casa con su lechona tolimense, tamales de todas las regiones, arepas de maíz, que van desde una paisa a una santandereana y ¿Por qué no? Una buena arepa de huevo para destacar la sazón costeña, que puedes encontrar también en su arroz de coco servido con un pescado frito muy colombiano.

Y si te quieres chupar los dedos, están los deditos de queso fritos con el que queso que hace con sus propias manos. De allí, empezó a cocinar buñuelos y pandebonos, y entonces una receta llevaba a la otra y como toda amante de la buena cocina, nunca se detuvo.

Su comida se hizo conocida en Aotearoa (nombre maorí para Nueva Zelanda) y retumba hoy en los oídos de la nostalgia y su sazón están los recuerdos de las mejores empanadas vallunas con carne desmechada, las mejores caribañolas de yuca y papas rellenas, entre otros platos de todas las ciudades como el ajiaco santafereño, el mondongo paisa, el sancocho trifásico, una buena sobrebarriga en salsa criolla y ya que tuvo la fortuna de nacer y crecer en la costa caribe, pero con papás paisas es capaz de degustarnos con una buena morcilla y una bandeja paisa.

Ella lleva la cultura en el hombro, arrastrando un bollo de yuca con una buena butifarra y suero salado, los frijoles que se convertirán en ese delicioso calentado y que son servidos con una buena mazamorra para recordarte a la cordialidad vestida con alpargatas.

Gleides tiene mucho que ofrecer y donde terminan sus platos empieza su pujanza. Ella es capaz de hacer un buen corte de cabello, una buena ropa y remiendos en su vieja máquina industrial.

Una tienda colombiana se alberga en su sala, conocida desde el norte al sur de Nueva Zelanda y es que en su casa encuentras el amor con aire colombiano, donde si no tienes donde dormir, ella te ofrece su sofá, donde un café y unas cortas historias reposan en una mesa larga en la que siempre hay visitantes los fines de semana, donde la ñapa sigue igual como si de Colombia se tratara, donde puedes ir y contagiarte del amor de una mamá colombiana, donde un no difícilmente es escuchado, donde puedes sentir que estas en casa.