Jet-set estuvo en el barrio de Barranquilla donde nació uno de los mejores jugadores de béisbol en la historia deportiva de Estados Unidos. Por dos de sus batazos podría ir al hall de la fama…
Por dos de sus batazos podría ir al hall de la fama: con el primero impulsó la victoria de los Marlins, en 1997, y con el otro le dio el campeonato a los Gigantes de San Francisco, el mes pasado. Sin embargo, no se le han subido los humos. Sigue siendo amigo de los que crecieron con él en la cuadra.

En el barrio Montecristo conviven todas las obsesiones de los barranquilleros: el carnaval, las fiestas esquineras con los pick-ups y la pasión palpitante por el Junior y el béisbol. Sobre todo por el béisbol. Y es que en 1945, en pleno corazón de este populoso sector, fue construido en tiempo récord el gigantesco estadio Tomás Arrieta, para que la capital del Atlántico pudiera celebrar los V Juegos Centroamericanos y del Caribe.

En sus parqueaderos, los niños todavía juegan ‘chequita’, algo así como el ‘primo humilde’ del llamado juego de la pelota caliente. En lugar de bate se utiliza un palo de escoba, y las tapas de gaseosa y cerveza hacen las veces de bolas. Así lo hacía Rentería, también su hermano Édison y otros jóvenes del semillero de beisbolistas de Montecristo que más tarde se fueron para Estados Unidos.

En la zona, la figura frágil de aquel niño que ya tenía garras de pelotero sigue enquistada en la memoria colectiva de sus habitantes. Todos, incluyendo a doña Magdalena, la vecina de la cantina La Tercera Base, y el señor de la venta ambulante de fritos que queda en la esquina, hablan de él como si fuera alguien muy cercano a sus familias. “Era bien bonito. Le decíamos ‘El Niño’, y todavía le seguimos diciendo así”, afirma ella. “Lo suyo era el béisbol desde que era un ‘pelaíto’ flaquito. No le gustaba perder”, garantiza el hombre que desde hace 30 años vende arepas y carimañolas en la cuadra por donde andaba Rentería.

Cuando todavía era un adolescente, el hijo de Visitación Erazo se fue a las Ligas Menores de los Marlins, donde firmó su primer gran contrato, y bateó el recordado hit de las Grandes Ligas que lo untó de gloria en 1997. Sin embargo, jamás dejó de comunicarse con los amigos montecristianos, que crecieron con él en la humilde cuna de los bateadores barranquilleros. Nunca se ha olvidado de Lucho Hernández, por ejemplo. Él es el dueño de La Tercera Base, donde el beisbolista, cada vez que puede, se enfrenta a un juego de parqués y dominó, otras dos formas muy curramberas de matar el tiempo en pleno sopor del Caribe. Es tal la obsesión de los moradores del barrio por Rentería, que el mismo Lucho pagó cinco millones de pesos a un artista para que pintara un mural del short stop colombiano en la sala de la casa. Allí, no hay necesidad de cuadros, porque las imágenes con las jugadas de la estrella de las Grandes Ligas dominan las paredes de los 60 metros cuadrados del modesto inmueble.

Su pick-up, ese bafle descomunal por el que sale el sonido de la salsa que se escucha en todo el barrio, se llama Cardinals, en alusión a los peloteros de Saint Louis, Estados Unidos, por el que también pasó Rentería.

Todos conocen su vida, incluyendo sus jugadas, pero también sus viejos amores. Los amigos de ‘El Niño’ de Montecristo recuerdan su primer romance con Elizabeth Triana, la hija de un cachaco que llegó en busca de una mejor suerte por los lados del barrio Modelo, muy cerca de ahí. “Ese man sí estaba tragao”, dicen.

En las cuadras del sector no hay una estatua, ni una calle, ni una escuela de béisbol, en honor a su ciudadano más ilustre. Pero la habrá. La vida de Montecristo se divide en antes y después de Rentería.

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Semana.com