
Con este cuento, Camila Castro, ganó en la cuarta versión del concurso "Te cuento desde Canadá" en la categoría infantil y juvenil.
Mi nombre es Luna, tengo 14 años, estoy en segundo año de bachillerato y vivo en Toscana, un pequeño pueblo de Italia. Soy una chica solitaria que pasa desapercibida o al menos eso pensaba. No enfrento nada trascendental. Soy una espectadora dormida de mi propia vida. ¡Bueno! Debo aclarar que la descripción anterior no soy yo, es más bien mi antigua yo. En este preciso momento mi tiempo está detenido. Pocos conocen de mi existencia ni saben lo que he hecho, aunque muchos se han beneficiado de mi aporte. Sin tener cuerpo, mi alma vaga por el mundo. Hace tanto que hasta perdí la cuenta.
Todo comenzó tiempo atrás. Era un martes nublado, salí del colegio caminando bajo la lluvia, directo a mi casa. Vi una pequeña luz en el fondo de un callejón. Normalmente no me hubiera importado; pero, esa vez fue distinto. Fui directo hacia el resplandor como si me llamara. Extendí mi mano y lo toqué. Al entrar en contacto, su brillo me envolvió y sin darme cuenta me teletransporté a un mundo desconocido. Enfrente había una mujer de una belleza radiante, con vestimenta de seda y alas de hada. El sol la iluminaba y mariposas de colores fosforescentes bailaban a su alrededor. Mirándome fijamente a los ojos y con una voz cálida, me dijo:
– Pobre ángel, tan joven y con un peso tan grande en tu espalda. Soy tu musa inspiradora. Posees cualidades secretas para cumplir una gran tarea. Desde pequeña compones rápidamente, tarareas melodías, bailas, tocas todo lo que puede producir sonidos e improvisas melodías porque eres una artista. Querida Luna, tienes guitarras en el alma y una potente herramienta en tu garganta. Más allá de este talento, la generosidad marca la diferencia en ti. Puedes compartir vida, hacer reír a los que lloran, hacer amar a los que odian, hacer jardín de los desiertos y revivir algo ya muerto, con solo entonar una canción. Parece un reto difícil y complicado, pero… tienes el talento y el vigor para lograrlo.
No entendí sus palabras y me confundí.
Entonces, ella me aclaró:
– Milenios atrás, apareció una leyenda olvidada de generación en generación, la cual dice que una joven con voz celestial renovaría el planeta al cantar y purificaría corazones. Y tú, mi querida Luna, eres la elegida.
Siguió hablando, pero su voz comenzó a aislarse poco a poco, aunque seguía ahí. Ya no la escuchaba. Siempre experimenté pánico escénico y traté de justificarme para que comprendiera; pero su mirada cambió bruscamente, parecía enojada. En medio del silencio, entendí lo que pensaba. Comprendí que no era un juego de niños y solo contaba con tres días para lograr tal hazaña.
Tenía tanto miedo que mis lágrimas se derramaban sin cesar. Yo era una huérfana que nunca había importado. ¿Por qué, de repente, el planeta dependía de mí? Me hundí en mi mundo reflexionando y cuestionándome y el hada se quedó a mi lado sin decir palabra alguna. Parecía comprender y respetar mi agonía.
Ya había llegado el día decisivo…
Ella estaba llena de paz; en cambio, mi estrés aumentaba más y más, aunque su presencia me daba fuerza. Ella confiaba en mí. Pensé que no era de mi incumbencia lo que sucedía a mi alrededor. El temor me consumió, quería huir, creer que solo era un sueño y no responsabilizarme de nada. Todo pasaría finalmente. Cerré los ojos unos instantes y empecé un recorrido doloroso hacia zonas ignoradas y remotas, con escenarios difíciles. Todo estaba nublado y triste. Las olas querían hablarme. Rugían con furia en medio de notorias manchas de aceites, las aguas estaban terriblemente contaminadas. Los vientos desvelados se lamentaban. Llegué a puertos ajenos y tuve que remar con vigor, para no ahogarme. Cansada, desesperada y con mi último aliento, hice lo que siempre hago cuando todo parece sin salida: empecé a cantar. Entonces, una potencia creadora se despertó. Aguas cristalinas empezaron a surgir, limpiaron todo lo turbio y cardúmenes de peces nadaban entre ellas.
También pasé por un desierto inmenso, sofocante, rocoso. Con serpientes, escorpiones y otras fieras peligrosas. Todo allí reflejaba miseria, todo pedía auxilio. Sensible y desgastada empecé a llorar entonando una melodía y, de repente, una llovizna de bellas notas salió de mi boca, una tarde y una noche toda. Entonces con cara mojada, las planicies, montañas, pampas, cimas y arenas empezaron a florecer.
Estaba fatigada y busqué un lugar donde reposar. Apoyé mi cabeza, entré en un sueño profundo y ciudades destruidas por la guerra se presentaron ante mí. Vi millares de personas que no sonreían, niños maltratados y hambrientos. La soledad, la enfermedad y la pobreza reinaban en todo rincón. Me inspiré con versos cristalinos y milagrosamente toda pena salió de ese lugar.
¡Sí, sí, sí… lo logré, lo logré! Cuando escuché los lamentos del planeta, reaccioné. Una fuerza inmensa me invadió en cuerpo y alma. Sentí un gran viento en mi estómago que pasó por mis cuerdas vocales, salió por mi boca en forma de canto y al terminar mi recorrido, había notas en todas partes y mi voz se destacaba. Mi corazón latía a mil. Sentía vibraciones en todo el cuerpo. El hada, mi musa inspiradora, sonrió y desapareció. Al instante me di cuenta de que ella era un reflejo de mi lado soñador, positivo y fuerte que pudo liberarse.
Mi timidez murió, también mi cuerpo; pero nunca me arrepentí de lo que hice.
Comprendí que el coraje no es la ausencia del miedo sino el poder de sobrepasarlo. Ya no tengo figura pero mi voz todo lo llena de dulzura. Ahora vuelo con una sonrisa porque mi canto improvisa y cuando hay caos o duelo, aporto orden y consuelo