Luego del terremoto en Haití, Hermes Peñaloza logró salir con vida de debajo de toneladas de escombros. Esta es la historia de la noche más larga de un colombiano.
A las 7 de la noche del viernes 15 de enero, Hermes Peñaloza es un hombre sumergido en ropas que exceden en varias tallas a su anatomía: camisa, pantalón y chaqueta prestadas. Y aunque está exhausto y un poco aturdido, cuenta frente a las cámaras, grabadoras y celulares, la historia de las peores 14 horas de su vida.
Frases cortas salen de su boca. A las 10:30 de la mañana llegó a Bogotá junto a otros ocho compatriotas. Aún tenía la ropa de aquel martes en el que su mundo se estremeció. Todavía tenía el polvo de una ciudad que se hizo polvo. Arribó entre preguntas, entre entrevistas, entre recuerdos e imágenes demasiado recientes que no puede digerir.
Hermes lo recuerda todo. Los detalles están frescos y los revive ahora, en un apartamento del norte de ciudad, donde reconstruye los hechos: El 12 de enero pintaba como un día más. Hermes Peñaloza estaba en una de las sedes de la ONU de Puerto Príncipe (es funcionario del organismo internacional) coordinando, junto a dos oficiales del Ejército jordano, la logística del proceso electoral del próximo 28 de febrero. Era un día regular en una oficina donde trabajaba una decena de personas. Un día común y corriente hasta que el reloj marcó las 4:53 p.m. y un terremoto de 7,0 grados sacudió con furia a la tierra.
Hermes –lo recuerda con la mirada lejana– se arrastró debajo de una mesa sin entender qué sucedía. El techo se le vino abajo y el hombre quedó atrapado bajo los escombros, pero a salvo gracias a algunos muebles y a un archivador que lo protegían de las toneladas de concreto. En el momento en que cayó el techo, ahora lo sabe, varias personas murieron al instante, entre ellos uno de los jordanos que perdió las piernas bajo el peso de los muros.
Luego llegó el silencio después del ensordecedor crujido, de los gritos. La oscuridad debajo de las ruinas. Con el sonido pendular de su voz cuenta que pasaron algunos segundos y escuchó las débiles voces de los que aún respiraban.
Saberse solo.
En ese momento logró conversar con dos de sus compañeros, que después de batallar durante una hora encontraron la manera de liberarse de su prisión.
El colombiano, en cambio, no tenía posibilidad de escapar. Entonces se sintió solo, se supo solo, pero se mantuvo en una extraña calma, no vio su vida en retrospectiva, se negó a pensar en la muerte.
Pasaron los minutos y al fondo descubrió una luz roja, era el pequeño testigo de una UPS (un dispositivo que almacena energía) que en las tinieblas brillaba como reflector.
El hombre agarró el aparato y pudo comprobar en qué estado se encontraba, no estaba herido, pudo ver su refugio y se llenó de esperanza, pues tenía la certeza de q ue resistiría.
Las horas pasaron, sintió las réplicas, los últimos espasmos de una tierra epiléptica y Hermes oró. Uno de los jordanos gritaba en inglés, mientras agonizaba: “¡Ustedes me están ignorando, no me dejen solo, yo soy 80 millones de personas!”. El colombiano repite esas palabras que escuchaba con impotencia. También recuerda que pensó sobre qué querría decir con aquello de “soy 80 millones de personas”, divagó con las posibilidades, se perdió en cavilaciones geográficas, demográficas.
Sabía que tenía que matar el tiempo o de lo contrario el tiempo y la desesperación podrían matarlo a él. Tampoco se quiso rendir al sueño. Al rato el jordano volvió a gritar “¡ataque cardiaco!” varias veces, cada vez más débil, hasta que el sonido de su voz se desvaneció. Hermes se sume en un largo silencio.
Morir ahogado.
El tiempo pasó despacio, pero dice que no perdió la confianza en que saldría. Finalmente amaneció en un Puerto Príncipe deshecho y los rescatistas llegaron y se abrieron paso con una sierra. El lugar se llenó de humo y Hermes temió morir ahogado y pasó los minutos más angustiosos desde que todo comenzó. Finalmente la luz del sol se coló y el hombre salió.
Afuera una pequeña multitud lo aplaudía.
Entonces lloró, perdió la calma que mantuvo durante 14 horas. Las lágrimas lo desbordaron al ver la desolación, al pensar en los que quedaron sepultados, en sus amigos. Lo llevaron a un hospital y él prefirió no entrar para no quitarle el espacio a alguien que lo necesitara.
Ahora regresa a su país y luego de contar su historia a periodistas, amigos y familiares, sólo quiere comprarse algo de ropa (únicamente tiene lo que trae puesto) y descansar. Por eso va a un almacén y escoge una camisa de rayas, luego va por ropa interior. Dice que se irá un par de semanas a Bucaramanga a visitar a su familia y que luego regresará a Haití. Tiene trabajo pendiente.
La vida, por fortuna, continúa.
60 mil personas por día esperan poder ayudar las distintas agencias de las Naciones Unidas que están prestando ayuda en Haití después del terremoto de 7,0 grados del martes.
"Entonces se sintió solo, se supo solo, pero se mantuvo en una extraña calma, no vio su vida en retrospectiva, se negó a pensar en la muerte”.
Sabía que tenía que matar el tiempo o de lo contrario el tiempo y la desesperación podrían matarlo a él”

Fuente

El tiempo.com

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