Así contestan en Colombia, como también en otros países del Caribe como República Dominicana o en Antigua – Guatemala.

Es que en estos países se han dado cuenta que el turismo no sólo fomenta la productividad sino que además mejora la imagen país, lo que atrae nuevos turistas y así sigue el círculo virtuoso, en una espiral ascendente y sostenida.

En Colombia por ejemplo, su estigma de hace diez años, era ser una sociedad de terroristas, con guerrillas y secuestros que sin embargo, hoy han ido desapareciendo vertiginosamente, pero claro, raramente se habla de ello porque no es gran noticia, y se lo sigue aún discriminando cuando de elegir destinos se trata, aunque afortunadamente cada vez menos, gracias a viajeros que han disfrutado de la hermosa comunión con esa majestuosa raza de los yaconas, quimbayas y ticunas.

En estos días he tenido hermoso placer, - luego de más de diez años- de volver a visitar la tierra cafetera y el avance significativo en temas turísticos es sencillamente notable. Y no hablo solamente porque hoy cadenas hoteleras internacionales como Sheraton, Sonesta o Radisson están confiando en la estabilidad del país y se han instalado majestuosamente en su capital Bogotá, ni que Ecolombia; el proyecto país que involucra a los 45 millones de habitantes en el cuidado, preservación del medio ambiente y en el uso de una futura energía renovable, sino que además su gente…su bella gente hace de este paraíso natural un lugar mágico. Porque desde el taxista que lo recoge en el aeropuerto, que mientras se dirige al hotel va haciendo de guía turístico por puro amor al arte, mostrando con orgullo su país y su profesión, hasta el mesero del pub donde estalla la rumba, hacen que la estadía en Colombia sea como el dulce suspiro de un poema de García Márquez. Ahora entiendo la razón de su nombre, que proviene del apellido de nuestro conquistador Colón, que refiere a columbus, que a su vez significa palomo, animal que simboliza la paz, o quizá me explico por qué el alma de Gardel quiso quedarse por esas tierras por allá por 1930, o por qué el mismísimo Fernando Botero se enamoró y se inspiró para retratar y esculpir la realidad de esa tierra en la segunda parte del siglo XX.

El colombiano tiene un lema que me encanta y que lo conoce desde el vendedor playero hasta el anfitrión de un lujoso hotel: “aquí si no lo atendemos bien, no comemos”. Y en la práctica, por supuesto que es así, el cliente siempre es primero y son muy conscientes de ello; por eso lo hacen con verdadero agrado, con fervor, con cariño. Lo hacen, cuando contestan “a su merced”, o frente a un pedido “por supuesto que sí”, o “con mucho gusto”, en lugar de decir como en otras latitudes “no hay problema”. Es obvio que no hay problema, ¿por qué debería haberlo?

Aprender de ellos es una necesidad y un culto al servicio, aprender de su simpatía, de su esforzado trabajo por cambiar la otora imagen de inseguridad, por construir una identidad que se basa en el interés genuino de sus visitantes. La primera pregunta que te hace un colombiano cuando sabe que eres extranjero es; “¿de dónde nos visita?” y lo segundo es un halago: “¡qué alegría que haya venido!”. Un enorme ¡guauuu! de asombro.

Aquellos países que se han olvidado que el turista (cliente) es el que hace mover la economía, que han dejado en un cajón polvoriento la buena educación, el saludo, la sonrisa, la seducción al visitante, tienen un futuro cuesta arriba. Aquellos que creyeron que porque tenían lindas playas, ciudades grandes o patrimonios culturales no cuidaron a quien eligió recorrer su territorio, no aprecian el verdadero placer de servir, de ser y estar vivo. Los que en lugar de facilitar, complican, los que en vez de hacerte sentir bien, provocan lo contrario, los que no se dan cuenta que la experiencia la generan las personas, no los objetos o los paisajes, están en un mundo antiquísimo y equivocado. Hoy, más que nunca, sólo resta decir tres palabras en beneficio propio y del cliente: ¡¡¡con mucho gusto!!! Por ahí se empieza.