En días pasados, el Dane dio a conocer las cifras oficiales del comercio exterior de la economía colombiana para todo el 2010. Según esta información, hubo récord estadístico, tanto por el lado de las compras externas (importaciones) como por el de las ventas al exterior (exportaciones). En efecto, las primeras alcanzaron la cifra de US$40.300 millones, en tanto que las segundas estuvieron ligeramente por debajo, con un valor de US$39.800 millones, siendo en ambos casos el registro históricamente más alto.
 
El hecho de que las importaciones hayan sido ligeramente superiores (apenas un 1 por ciento más) no debe interpretarse como un resultado negativo, pues la filosofía moderna del comercio exterior no consiste en avasallar e inundar de productos a los países vecinos, sino por el contrario, en generar flujos armónicos de intercambio comercial con valores siempre crecientes. En este orden de ideas, uno puede concluir que la economía colombiana, por lo menos en el ámbito regional, es la que mejor cumple con este propósito, ya que los saldos positivos (superávit) o negativos (déficit) en su balanza comercial –además de alternarse a través de los años– se mantienen en niveles razonables y lejos de las situaciones aberrantes que en otros países se observan y que se caracterizan, en algunos casos, por excesiva e inoficiosa acumulación de divisas, o en otros por indebido y peligroso agotamiento de las reservas internacionales.
 
El mantener un comportamiento equilibrado a través del tiempo significa que dólares (divisas) que ingresan por exportaciones, se aplican y destinan a comprar afuera productos de consumo final para beneplácito de los consumidores, o materias primas y bienes de capital para el mejoramiento de la capacidad de producción de las empresas.
 
Esto es lo más positivo y destacable de la información divulgada y conocida, recalcando una vez más que un auge en las importaciones no se puede ver con ojos negativos, así uno que otro informe periodístico lo haya dejado entrever en una errada interpretación de las cifras. Lo que sí definitivamente no se puede considerar como favorable son los valores absolutos alcanzados, especialmente por el lado de las ventas al exterior.
 
Si por una parte Colombia se puede asimilar a una empresa que produce con veinticinco millones de operarios (su población económicamente activa), existe, por otro lado, otra compañía como Chile, que con una población económicamente activa inferior a la mitad de la nuestra, produce y vende, en el exterior, productos por US$60.000 millones, o sea una vez y media más que la factoría colombiana.
 
La ubicación geográfica o la facilidad de acceso a los puntos de embarque y despacho no son suficiente explicación para tamaña desproporción. Bienvenido entonces ese equilibrio intertemporal en los flujos de nuestro comercio exterior, pero señalemos, así mismo, que ese resultado luce claramente insuficiente y deplorable en términos de eficiencia exportadora.
 
Hablando, o mejor escribiendo, de exportaciones, no deja de llamar la atención la alegría y regocijo que aparentemente embarga a los floricultores nacionales, una vez conocidos los resultados de sus ventas con motivo de las festividades de San Valentín en Estados Unidos. Que en algunos casos incluso hayan hecho las ventas de todo el año es comprensible, lo que no se entiende es que si vender por debajo de dos mil pesos por dólar no es negocio, ¿por qué tanta euforia con las ventas?
 
Como diría un reconocido filósofo colombiano, ¿perder por aprender es ganar un poco?

Fuente

Gonzalo Palau Rivas - Portafolio.com