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Es 15 de mayo de 2013, en Buenaventura, doña Antonia Ruiz de 60 años madre cabeza de hogar está tomando una decisión definitiva para su familia,   conformada por su hija Oliva Quiñonez de 38 años y sus dos nietos, hijos de Oliva, Álvaro José Quiñonez de 18 años y Silverio Quiñonez de 5 años - ambos aunque sea un tema irrelevante  no fueron reconocidos por sus respectivos padres, por lo tanto fueron registrados solo con el apellido de su madre. Estas humildes mujeres  obtienen el sustento diario vendiendo “fritanga” – alimento frito: papas criollas, plátano maduro, embutidos de carnes y arroz llamados Morcilla o Rellena, Longaniza, Picados de Intestino delgado llamado Chunchullo, Pulmón llamado Bofe y corazón-. Doña Antonia vive con su familia hace treinta años en el barrio el Cristal, en una vivienda que invadió y de la cual no tiene ningún título de propiedad, porque nunca ha tenido los recursos suficientes para legalizar su predio, este barrio se encuentra ubicado en la zona de baja mar y es considerado uno de los barrios más peligrosos de Buenaventura, en él se percibe demasiada zozobra y la gente dice "los tiroteos duran hasta dos horas", "todos estamos asustados", "no sabemos quiénes son"; pero a la gente le están diciendo que desocupe o lo matan a uno". Quienes van recibiendo la advertencia obedecen, dejan las viviendas cerradas y salen con lo que llevan puesto. "Después que uno se va le roban hasta los cables de la luz". Como podrán imaginarse ya casi no queda a quien venderle fritanga y ya le han solicitado a Doña Antonia que debe pagar $20.00 pesos cada día que saque su venta a la calle, de lo contrario ellos procederán a cobrarse y las cosas le pueden salir más caras. Ya hace seis meses atrás, había experimentado el asesinato de su hijo Antonio de 25 años y no estaba dispuesta a perder otro ser querido, por eso los reunió esa mañana y les conto que había “averiguado”, que le “habían contado”, que en Chile había mucho trabajo en las minas de cobre o las de hierro, carbón, plata u oro, que pagaban muy bien, que todos los colombianos que llegaban allá eran bien recibidos y que el trabajo estaba seguro. Su hija Oliva la miro incrédula, pues no entendía que bicho le había picado a su mamá o seguro no imaginaba cuanta angustia había en ella para proponerles tal disparate, por eso le hizo las preguntas de rigor:¿vos crees que Chile está allí no más?, ¿vos sabes cuánto valen esos pasajes? -respondiéndose ella misma: “ay no, eso debe ser caro”. A pesar de los interrogantes de Oliva, la decisión estaba tomada. Para doña Antonia y su familia las cosas eran complicadas, como no tenían internet,  solo estaban atentos a escuchar cualquier cosa de Chile para luego comentarlo en casa, no conocían a nadie que hubiese estado allá, para que les contara de primera mano, pero parecía que todas las personas con las que hablaban tenían familiares o conocidos trabajando en la benditas minas y por eso todos les decían cosas fantásticas y del dinero que enviaban hacia Colombia, así que el deseo fue creciendo.  El 25 de mayo Doña Antonia, reunió con sacrificio $30.000, el dinero para venir hasta el terminal de Cali, porque le indicaron que desde allí, salía un bus que viajaba hasta Chile, llego a la oficina del terminal desde donde se despachan los buses “RUTAS DE AMERICA”, efectivamente el funcionario de la taquilla  le informó que estos buses viajan hasta Lima-Perú directo en dos días y medio, el costo de ese trayecto era de $330.000 por tiquete, luego debían pagar una noche de hospedaje con un costo de $40.000 en promedio por persona para hacer el trasbordo al día siguiente a otro bus que viaja hasta Santiago de Chile, pero que ellos tendrían que tomarlo solo hasta Antofagasta, que eran solo día y medio de viaje, porque desde allí era más fácil dirigirse hacia Calama, donde les podían dar mayor información sobre el trabajo en las minas, el costo de este trayecto era de $320.000 por tiquete; según cuentas de doña Antonia, esto quiere decir que en total para llegar solo hasta Antofagasta debía disponer mínimo de $2.800.000 para viajar los cuatro, no hizo cuentas de comidas en carretera, ni de imprevistos, ni averiguó por requisitos. Lo que quería saber ya lo sabía. Se fué con esa suma en mente  para su casa y narró con detalle lo que había escuchado en la oficina del terminal  a su hija y nietos, quienes abrieron los ojos hasta más no poder, cuando escucharon la cifra $2.800.000, para ellos esa cifra era astronómica y casi un sueño conseguirla, nunca habían pronunciado siquiera, un número tan grande, pero como cuentan, las grandes victorias nacen de la determinación y obstinación de algunos hombres o mujeres, en este caso de doña Antonia, quien durante algunos días y sus noches se rompió los sesos pensando cómo conseguir esa cantidad, hasta que el 2 de junio, se levantó muy decidida, les pidió a todos que empacaran su ropa y que desbarataran todos los enseres como si se fuesen a trastear, todos extrañados, hicieron lo que la abuela dijo, cuando todo estuvo empacado, ella se fue,  consiguió un camión y regresó a la casa acompañada de una tanqueta de la policía, que era la única manera en que podía salir con su “chivo” – trasteo- del barrio, se dirigieron a un parque cerca al centro de Buenaventura donde descargaron todo, y desde allí, empezó a dirigirse a las casas de empeño o compraventas cercanas, logró vender dos anillos y una cadena de oro que guardada como recuerdo de su mamá y de su esposo, y que por más hambre que habían aguantado nunca los empeño por miedo a perderlos, pero esta era una ocasión especial. También vendió su equipo de sonido que era lo mejor que tenía y que su hijo había conseguido con sacrificio, un televisor, una neverita y en el mercado negro, logró vender una pistola que  Antonio había dejado. Luego en el parque extendió lo poco que le quedaba y empezó a hacer un mercado de las pulgas que consiste en ofrecer a muy bajo precio a los transeúntes mercancía y ropa de segunda (las camas con colchones, los armarios, la loza de la cocina, entre otras cosas). Con  esta venta reunió  $3.120.000, se dirigió pidiendo rebaja hacia la ciudad de Cali, compró los tiquetes hasta Antofagasta y por suerte el bus salía esa misma noche hacia Lima, llevaba entre su equipaje un maletín con comida preparada para ahorrarse la comida en carretera y así fué que esta familia inició una travesía hacia un lugar lejano, sin la mínima certeza de donde llegar, ni mucho menos cómo y a donde regresar si las cosas no salían como esperaban. Mes y medio después llegó hasta Tacna, ciudad fronteriza Perú-Chile una excursión terrestre de colombianos que se detuvo allí para almorzar antes de llegar al complejo fronterizo de Chacalluta; fué allí en ese restaurante a miles de kilómetros de sus lugares de origen, donde dos mujeres afro descendientes se acercaron a la mesa de don Miguel y su familia pidiendo que se les comprara un dulce. Al escuchar la voz, doña Martha reconoció un acento familiar y les preguntó si eran colombianas y ellas entre extrañadas y emocionadas respondieron que sí, que eran de Buenaventura; eran ellas, doña Antonia y su hija Oliva -esta última empezó a llorar  angustiada y al ver la escena don Miguel se conmovió y les pidió que tomaran asiento. Aquellas mujeres habían vivido  durante los últimos 45 días, los días más difíciles de sus vidas -sin que esto indique que el resto de su vida allá sido color de rosa. Ellas necesitaban desahogarse, contar su tragedia, pedir ayuda y ese día pudieron hacerlo, narraron como  llegaron sin dinero al Perú, porque el dinero que traían para hospedarse, lo habían invertido en comidas; por eso la noche en Lima durmieron en el terminal. El hambre que soportaron en el trayecto Lima-Tacna y su verdadera tragedia, el golpe de realidad más fuerte lo recibieron cuando llegaron al complejo fronterizo de Chacalluta, pues allí les solicitaron el pasaporte, ¿pasaporte?, Ellas no sabían que se necesitaba eso, nadie les dijo, en Ecuador y Perú, nadie se los pidió, además de solicitarle una bolsa de dinero de 1000 dólares por cada uno (alrededor de $2.000.000 de pesos colombianos) , que es lo que se exige cuando una persona no registra en la TARJETA INTERNACIONAL DE ENTRADA A CHILE, la dirección del sitio donde se hospedará en ese país, ni el motivo del viaje. Allí se quedaron mientras el bus que los trasportaba continuó su camino. Ellas sin un peso en el bolsillo no sabían que hacer, si permanecer en ese complejo o regresar hasta Tacna, la ciudad del Perú más cercana que a pie estaba alrededor de 2 horas de camino. El hambre era atroz y la decisión fue regresar a Tacna, donde llevaban 41 días durmiendo en los parques, perseguidos por la policía, pidiendo limosna, intentando pasar de ilegales por una zona árida que rodea a Chacalluta que está minada.   El niño Silverio se  enfermó y  Álvaro José en el intento de ayudar con dinero para  pagar una pieza en un hotel, comer y conseguir medicamentos para su hermanito, había tomado la decisión de robar un supermercado, pero fue capturado por la policía - a él era al que le estaba yendo mejor porque por lo menos tenía el techo y la comida resuelta. Que ironía, Silverio estaba hospitalizado y ellas salían a rebuscarse para conseguir algo de comer y llevar algún medicamento al niño. Después de oír la narración de estas dos mujeres, en un acto de generosidad y solidaridad, entre todos los turistas colombianos recogieron para donarles $200.000 pesos, que la verdad era nada, sin embargo fueron un bálsamo para doña Antonia y su hija, de quienes  nada se volvió a saber.  Santiago de Cali, 19 de marzo de 2013  Por: CARLOS ARTURO ARIAS C.Docente Nuevo Latir - Email: artours2006@yahoo.es*Este cuento lo podríamos contar en AUDIO, en un espacio emprendedor y comunicativo de Redes: nVo cHip Digital RAdial. Cuentos de Migrantes ahora en RADIO! - es un proyecto sobre el que queremos compartirte. 

Fuente

Mesa Comunicación Pacífico - virtual.