
Entre esas barreras se encuentran la falta de flexibilidad y prácticas y liderazgos deficientes frente a un tema que es importante para toda la sociedad: la armonización de lo laboral y lo personal y familiar.
El talento humano es el determinante más importante de la competitividad de un país, es decir, las habilidades, educación y productividad de su fuerza laboral, tanto de hombres como de mujeres. Por eso resulta interesante revisar los indicadores de esa fuerza laboral en nuestro país, por ejemplo el de la participación laboral.
La participación laboral, según la OIT, es la medida que permite conocer el número de la población, con edad de trabajar (15 a 64 años) que está trabajando activamente o buscándolo. En Colombia, el porcentaje de mujeres en edad de trabajar que están trabajando o que activamente buscan trabajo es del 59%; en los hombres, el 82 %. Más allá de este dato, debemos tener en cuenta que las mujeres en Colombia tienen un nivel educativo más alto que los hombres, entonces se puede observar un desfase negativo para la competitividad: el 41 % de los talentos mejor preparados no está aportando.
Miremos otro dato: el Global Gender Gap Index, GGGI, (índice busca medir los desfases entre hombres y mujeres en los diferentes países en cuatro áreas claves: salud, educación, economía y política) ubicó a Colombia en el número 35 de un total de 136 países indexados en 2013. El World Economic Forum viene recopilando estos datos y publicándolos desde el 2006 aportando, además, información acerca de leyes de paridad de género, normas sociales y políticas de cada país. Según el reporte mencionado, Colombia es el país que más puestos subió en la medición de este año: 28 lugares.
Lo anterior se debe a que se evidencia un avance significativo en el porcentaje de mujeres presentes entre legisladores, autoridades en niveles altos y directivos; así como entre profesionales y trabajadores técnicos. Estas son buenas noticias, en especial, si como indica el reporte, luego de comparar el Global Gender Gap Index con el Global Competitiveness Index 2013-2014, se establece una fuerte correlación entre paridad de género y el nivel de competitividad de los países. La correlación positiva también aparece si se compara el GGGI y el índice de Desarrollo Humano y el ingreso per cápita de un país.
Sin embargo, el GGGI añade un dato importante sobre Colombia cuando se comparan dos subíndices: el de Educación y el de Participación Económica y Oportunidad. El primer subíndice incluye: índice de alfabetismo y los niveles de educación primario, secundario y terciario. El segundo incluye: participación de la fuerza laboral; igualdad de salario por trabajo similar; estimado del ingreso ganado (PPP); ratio mujer-hombre entre legisladores, autoridades en niveles altos y directivos; ratio mujer-hombre entre profesionales y trabajadores técnicos.
En la comparación Colombia se ubica en el grupo de países que ha conseguido cerrar la brecha educacional (de hecho a nivel secundario y terciario la balanza se inclina a favor de las mujeres) pero muestra niveles bajos de participación de las mujeres en lo económico, especialmente en la participación laboral, en la igualdad salarial por trabajo similar (el más bajo de todos) y en el estimado del ingreso ganado.
En otras palabras, Colombia ha invertido en educación pero no termina de remover las barreras que impiden al talento mejor preparado ofrecer todo su potencial a beneficio del país.
Según la Comisión de Naciones Unidas para lo Social y Económico de los países de Asia y el Pacífico, estas restricciones laborales para las mujeres le cuestan a la región entre 42 y 46 billones de billones al año. Entre esas restricciones se encuentran la falta de flexibilidad y prácticas y liderazgos deficientes frente a un tema que es importante para toda la sociedad: la armonización de lo laboral y lo personal y familiar.
En Colombia, según datos del Centro de Investigación: Cultura, Trabajo, Cuidado de INALDE Business School, 65 % de empresas (n=270) muestran unas prácticas y liderazgo que impiden que esta armonización sea realidad, afectando así la atracción y retención de talento, especialmente femenino. De igual manera, la investigación muestra que en las organizaciones donde esta armonización es favorecida la motivación intrínseca de los colaboradores es muy alta y la retención y atracción de talento no es un problema.
Pareciera entonces que una solución para mejorar la competitividad del país es reducir las barreras que mantienen a las mujeres alejadas de la fuerza laboral: entre ellas facilitar la armonización trabajo-familia, permitiendo a todo el talento humano aportar al desarrollo de la sociedad. No es fácil porque requiere cambio de imaginarios y prácticas tanto de hombres como de mujeres y los cambios suelen ser difíciles.
Pero los datos son evidentes y nos ofrecen una plataforma para comenzar a modificar esas estructuras laborales y mejorar la competitividad y la productividad que tanto buscamos.
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