Desde pequeños nos enseñaron que la única manera de aprender, en el sentido escolarizado de la palabra, era: sentados, mirando al frente, sin hacer ruido y evidentemente sin jugar, y nos convencimos que estudiar era difícil, que el juego no se menciona dentro del aula mientras aprendíamos, que estudiar se hace solo, que si fallábamos era porque no nos dedicábamos lo suficiente, y que si nos distraíamos era porque, lisa y llanamente, no lográbamos controlar nuestra imaginación.


Aún hoy en día nuestro sistema educativo, en la gran mayoría de casos, no acepta que los procesos educativos sean sinérgicos, contradictorios, holísticos, y ambiguos, que requieren del desarrollo no solo físico, e intelectual, también emotivo. Aún más es preocupante el constatar alarmantes problemas sociales en los que está inmersa la sociedad que requerirían el repensar las formas de creencias y de modelos en los que está basada nuestra enseñanza.  


Desde este punto de vista sería significativo reconsiderar el hecho de continuar centrados en educar a nuestros futuros adultos para el mundo del trabajo y no para el desarrollo integral, que considere el aprovechamiento del tiempo libre.  Bajo este aspecto, es necesario prestar atención a que aprovechamiento del tiempo libre no significa ociosidad.


Este concepto ya jugaba un papel importante en el sistema de pensamiento de filósofos como Aristóteles, quien postulaba al uso de este tiempo libre es decir, el ocio, como un estado en el cual la actividad se lleva a cabo como un fin en sí mismo, a diferencia del trabajo y de las ocupaciones para la subsistencia, que solo serían un medio para alcanzar otros fines.  El ocio por lo tanto era concebido como una forma privilegiada para acceder a la felicidad, razón de la existencia del ser humano.


Sin embargo aún se percibe el ocio como un significado espurio, con todas las connotaciones negativas que podría conllevar, despojándolo de su herramienta educativa y pedagógica para la transformación social. Esto se solucionaría en un espacio que motive a los estudiantes a despertar el interés en el sentido del conocimiento, incorporando el juego, lo libremente elegido y el disfrute, en la búsqueda de desarrollo y realización personal. En este sentido podríamos entender al ocio como un elemento decisivo que posibilita esta transformación (tanto dentro como fuera de la escuela) de consciencia.


La nueva significación del ocio como espacio educativo (educativo lúdico) y transformador, desde una dimensión cultural, podrá ampliar la comprensión sobre nosotros mismos y el mundo que vivimos, y reflexionar sobre aspectos más amplios sobre la sociedad para transformarla, pero siempre a partir de una lógica diferenciada de la educación tradicional y excluyente. Desde esta visión, el ocio puede ser el camino para la producción de nuevo conocimiento, puede ampliar la posibilidad de una vida con sentido, y puede colaborar con la construcción del buen vivir.

 

Fuentes: Resignificación del ocio: aportes para un aprendizaje transformacional. Rodrigo Elizalde

Horizontes latinoamericanos del ocio.  Christianne L. Gomes, Rodrigo Elizalde.

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