Colombia
Cuando estaba pequeño, no podría decir una edad precisa, siempre tuve la sensación de vivir en la familia mas adinerada de mi barrio, jamás se me paso por la cabeza pensar en la pobreza, nunca nos faltó nada, mi casa aunque de esterilla era la más bonita y grande de la cuadra, mis amigos siempre venían a ver El Chavo conmigo porque no tenían televisor, el nuestro era grande, blanco y negro y tenía cuatro patas, por lo que no había necesidad de montarlo en una mesa, papá lo cambió por una vieja guitarra que permanecía colgada en la pared y que nadie tocaba. Recuerdo que todo era tierra, las calles, los pisos de las casas y que cuando llovía el barro era la pesadilla de los que salían a trabajar al centro porque los zapatos y la ropa se impregnaban de lodo. Estudie mis primeros años en una escuela cerca de mi casa, que había fundado un sacerdote, el mismo era el profesor y en el salón de esterilla donde recibíamos clase, hacia la misa los domingos, el descanso lo hacíamos en la calle y no supe que era llevar dinero ni lonchera para el descanso, llegaba al medio día a almorzar, con una fatiga muy grande porque el café con pan del desayuno solo calmaba el hambre por unas horas, amaba llegar a casa y encontrar el plato servido en la mesa, para mí, todo era un manjar, aunque casi siempre el menú era arroz y frijol. En nuestra escuela nunca me sentí discriminado por llegar con los zapatos y la manga del pantalón embarrados cuando amanecía lloviendo, pues todos hasta el profesor estaban en la misma condición, la que si renegaba era mi mamá porque tenía que lavar el barro de la ropa con el agua turbia que sacaba del aljibe que estaba en medio del patio. Mi mamá remendaba ropa con una vieja máquina Singer de pedal que no tenía su polea original, la reemplazó con unos cordones que había tenido que emplear para poder seguir cociendo, la recuerdo mucho sentada en su máquina, inclusive a veces me subía al lado del cabezote para ayudarme a hacer las tareas. Mi papá era cacharrero es decir compraba cacharro (utensilios de uso domestico) y salía con un maletín en el hombro para revenderlos puerta a puerta, salía muy temprano y llegaba caída la tarde con el rostro tostado por el sol que debía resistir. Era feliz, no sé si teníamos mucho, pero si sé, que nada nos faltaba, así fue hasta que una noche cuando todos dormíamos sentí una algarabía, de repente mi papá me cargo y me saco corriendo a la calle, allí vi lo que ocurría, la casa de unos vecinos se estaba quemando, las llamas eran altas y había tanta luz que parecía de día, unas personas intentaban ayudar trayendo agua para arrojarle al fuego y poder apagarlo, pero otros intentaban salvar lo que podían de sus casas porque era fácil predecir que gran parte del barrio ardería por el material con que estaban hechas las viviendas, nosotros no logramos sacar nada, nuestra casa rápidamente quedo consumida y con tizne en los rostros y llanto en los ojos nos enfrentamos al primer destierro, a la mañana siguiente llego el ejercito a desalojar lo que quedaba de la invasión y por primer vez vi de frente la tristeza, pero no por la pérdida material sufrida, sino por la desesperanza que pude observar en la mirada de mis padres y la sensación de desorientación de mis dos hermanos menores llorando de hambre colgados de la falda de mamá. Era febrero de 2012 y apenas me acababa de graduar de quinto de primaria, toda la familia se fue de posada donde un tío en Versalles-Valle y un mes después mi papá consiguió una casa para cuidar en una vereda llamada la Balsa, él salía a rebuscarse ayudando a los vecinos en labores del campo para traer algo de comer y mamá se quedaba cuidándonos, yo no pude estudiar ese año, así que la ayudaba a sembrar hortalizas alrededor de la casa, el tiempo paso y empezamos a superar la situación tan difícil que habíamos vivido, llego el 2013 y empecé grado sexto en una escuela de la vereda, a media hora de camino. Todo estaba bien, hasta que cierto día en que mamá y mis hermanos vinieron a la escuela para reclamar mi boletín del segundo periodo, como me fue muy bien fuimos a celebrar a la tienda del parque donde el premio fue disfrutado por todos, por primera vez en más de un año pudimos saborear un delicioso bom bom bum; ese día entendí que la felicidad se puede encontrar en las cosa pequeñas. Partimos a casa muy contentos a eso de las 3:00 p.m, cuando nos acercábamos observamos una humareda, corrimos detrás de mamá que arrancó sin decirnos nada, al llegar vimos como de nuestra nueva casa no quedaba nada, solo cenizas y humo, al parecer un grupo de hombres armados llegaron a prenderle fuego, esperamos a papá hasta tarde en la noche pero no llegó, nos dieron posada durante unos días en una pequeña finca cercana esperando noticias de él, hasta que mi tío de Versalles lo encontró junto con otros campesinos asesinados al parecer por el mismo grupo de hombres que quemó la casa. Volvimos de posada donde mi tío; no logre terminar el grado sexto, pues mamá se fue para Cali a buscar trabajo y yo me quedé cuidando a mis hermanos mientras ella volvía. Al mes regresó y nos fuimos nuevamente para el distrito de Aguablanca, sólo que en un barrio distinto de donde se nos había quemado la primera casa. Actualmente vivimos pagando arriendo en una casa pequeña construída en ladrillo sin repellar, tenemos dos camas pero la verdad dormimos todos juntos; a veces siento miedo y pareciera que mamá lo sabe, por eso no dice nada cuando me paso a la cama donde duerme con mis dos hermanitos, ella sale siempre temprano a trabajar, deja todo aseado y la comida preparada, yo me encargo de mis hermanos y velo por que no hagan daño, ni se hagan daño, que coman y que estén limpios, los veo jugar pero yo no siento ganas de hacerlo, me siento un adulto en el cuerpo de un niño de trece años; jamás hablamos de papá, ni de nuestra suerte, solo en ocasiones escucho a mi hermano menor preguntándole: ¿Mamá, por qué se queman mis casitas?, mamá lo mira llorosa y le responde “no siempre es posible buscar a cada cosa explicación”. La veo llegar a casa después de un largo día de trabajo, sin tomarse un tiempo de descanso, continua haciendo comida, lavando ropa, arreglando casa hasta tarde en la noche para poder tenderse en la cama esperando que el sueño venza el cansancio, de ella aprendí que “Dios es un ser que puede comprendernos y que si no logra ayudarnos al menos llora con nosotros”, que “no hay porque aceptar la amargura”. Ha llegado el 2014 y mamá no va a trabajar para salir a buscarnos colegio, hemos visitado varios y con mis hermanos no hubo problema, pero a mí no me dan cupo porque mi certificado de quinto se quemó, la escuela donde estudié ni el barrio existen ya, y mamá solo logró rescatar una copia de mi certificado de quinto y mi diploma, pero la copia dicen que no sirve - que debe ser la original - además que este año cumplo catorce que estoy en extra edad. Yo la verdad no entiendo, a veces me da tristeza y pienso que en mi caso “es mayor el castigo que la culpa”, porque no hay nada comparable con la injusticia, se acaba el mes de enero y veo como mi mamá angustiada sigue visitando colegios pero parece que a nadie le interesa o le intereso, mientras que ya los niños han empezado a ir al colegio. Hoy visitamos el colegio Nuevo Latir en la mañana en busca de un cupo, pero nada, hay cupos pero no me reciben por falta del certificado original, mamá se fue a trabajar muy triste y yo me vine para la casa a pensar, porque casi no hablo, casi todo el tiempo estoy pensando y la gente dice que soy muy tímido, me sorprendí al verla llegar después del medio día, me pidió que me organizara que volveríamos al Nuevo Latir, no sé, la vi muy decidida, llegamos a eso de las dos de la tarde a preguntar por las matrículas y nos informa el guarda que solo atienden hasta la una, mamá resuelta se aferró a la reja…esperó y el guarda al ver pasar a un señor le dijo: jefe, la señora necesita hablar con usted, él nos permitió pasar, nos llevo a su oficina y por primera vez en mucho tiempo alguien escucho a mamá, pidió que escribiera una carta solicitando plazo para traer el certificado original que nos ayudaría en la secretaría de educación; nos entregó un papel con la asignación del cupo, nos autorizó la carta y le dijo que como era viernes, volviera el lunes a primera hora a matricularme, para que me quedara estudiando, nadie podrá imaginar el alivio de mamá, ni mi alegría. Cuando salíamos ya más tranquilos, se acercó a la oficina una señora a la que el jefe le preguntó si era posible me matriculara de una vez y ella accedió, ¡me matricularon!, no podía ser! el día mas feliz de mi vida había llegado, debo confesar que fui mas feliz que la tarde que me comí el bom bom bum en mi vereda. POR: CARLOS ARTURO ARIASLIC. MATEMATICA-FISICA DOCENTE NUEVO LATIR
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